Poesía

Tu voz es la espada que libera el silencio de mi alma.

sábado, 5 de junio de 2010

Una bomba potencial.

(Jordi Soler)

“Berlín, Alemania. Hace una semana nevaba en Berlín. El golpeteo de los copos en la ventana era una mala noticia. Tenía que tomar un avión en tres horas y empecé a temer que iba a retrasarse y que ese retraso me iba a hacer perder la conexión en Amsterdam. Qué curioso que el acto de bajarte de un avión para subirte a otro se denomine “conexión”. Se trata de un lapso estrangulado entre dos vuelos que puede aprovecharse en actividades no muy comprometidas, que puedan abandonarse en cuanto se anuncie que nuestro avión está siendo abordado. Se puede leer o beber cerveza. De hecho hay un grupo social que lee exclusivamente en las conexiones, es decir: que no lee nunca pero en esos lapsos si. De igual manera hay quienes beben nada más entre un vuelo y otro y van cultivando un alcoholismo de aeropuerto, de conexión; todo un género que a veces provoca que quién viaja mucho termine en una clínica de desintoxicación, para quitarse de encima tantas conexiones. En fin, hace una semana en Berlín nevaba y esto es letal para un avión que, en la época de los teléfonos globales y las intervenciones quirurgicas con láser, termina siendo un invento antiguo, sin gran evolución, que sigue estando a merced, como los barcos en la edad media, de las condiciones meteorológicas. Hice apresuradamente mi maleta y al momento de cerrar el cierre descubrí que no había manera de cerrar ese cierre: sus dos partes, la de arriba y la de abajo, habían perdido la tensión, ya no formaban una línea recta, parecían más bien una boca guanga o un ojo flácido. Si cargaba la maleta de manera normal, por el asa, iba a dejar Berlín sembrado con mis efectos personales, así que la cargué como si fuera una caja de cartón y bajé a la nieve a conseguir un taxi. Llegando al aeropuerto oí la cantaleta de moda en estos sitios: “no desatienda su equipaje, cualquier maleta sin dueño será considerada una amenaza e inmediatamente después se le hará estallar”. Cosa que es cierta, hace un mes, en el aeropuerto de París, vi, asombrado, como hacían estallar una. Lo primero que hice al pisar el aeropuerto fue meterme en una tienda y comprar una maleta, la del cierre roto estaba inservible y además había permitido que por su ojo flácido se colara medio kilo de nieve que ya venía humedeciendo mis objetos personales. Arrodillado en una zona libre del pasillo metí mis pertenencias a la maleta nueva y coloqué las dos en un carrito de aeropuerto. Automáticamente quedé atrapado en una complicación muy difícil de sortear, y también tremendamente contemporánea. Llegué al mostrador de la línea aérea con mi carrito donde venían la maleta nueva y la rota. Documenté la nueva y pregunté al encargado si podía dejar ahí, en su basurero, la maleta inservible. Me dijo que no, que las maletas sin dueño en los aeropuertos son bombas potenciales que atraen a la policía y que no deseaba meterse en un lío. Inmediatamente después, para mantener la debida distancia con ese lío por venir, me advirtió que no podía ni siquiera sugerirme qué podía hacer con esa maleta que, frente a mis ojos, acababa de convertirse en una bomba potencial. Entonces me eché a caminar aeropuerto abajo, buscando un sitio donde abandonar mi bomba. La estaba colocando encima de un basurero cuando se acercó un guardia a decirme que si pensaba dejar eso ahí. Le dije que no, atemorizado por la imagen de mi mismo prisionero en una celda para terroristas. Luego intenté dejarla en un rincón, pero en cuanto me alejaba ví que la gente de alrededor, al percatarse de aquella bomba abandonada, se echaba a correr. Corrí por ella y me alejé de ahí. Vi a lo lejos una mujer que llevaba dos botes de basura en un carrito, era rubia y silbaba mientras trapeaba despaciosamente el piso. Al ver que me aproximaba con mi bomba bajo el brazo, se escondió con todo y carrito tras una puerta a la que, no es exageración, le puso llave. Durante cuarenta minutos traté de abandonarla en distintos sitios con resultados similares: guardias molestos o estampidas de pánico. Finalmente me senté en un bar provocando otra estampida, porque para esas alturas era ya un terrorista conocido buscando un sitio para colocar su bomba. El avión a Amsterdam se había ido sin mi y con mi maleta nueva. Puse la maleta rota debajo de mi silla, pedí ginebra y esperé con paciencia a que todos voláramos en pedazos”.


El amor, siempre el amor; siempre el corazón por ellas. Hard Woman; Mick Jagger. (1985)