Antonia.
La
historia con Antonia finalmente se resume en una carta. Esa carta del adiós y
el perdón.
Quinto
semestre, sentados de frente en la clase de filosofía, las palabras pronto nos
ataparon, y nuestras miradas cambiaron, una mañana por fin ese beso tan
esperado, bendito amor. Dos veces por semana valía la pena la espera en el
salón, me miraba y escribía hermosas palabras de amor en mi cuaderno de
estudiante, y dibujaba ese tonto corazón atravesado por la flecha y nuestros
nombres al centro.
En
las noches me invadía su imagen y tejía historias mientras suavemente sonaba
“Drive”. Hasta que una tarde sobre la almohada cayo el Walkman y entre nuestros
murmullos se perdió la canción. Todo marcho bien como el gis a la pizarra.
Una
fatídica mañana paso tan de prisa y me entrego una carta, jamás entendí porque
tuvo que ser así, sin explicación, pero claramente leí en la carta la historia
de desamor de sus padres, ¿Cómo podría haber semejanza en nuestra relación? Siempre
supuse que esa es la razón de ese adiós. Ser joven te otorga el orgullo de no
suplicar, el perdón a esa edad no existe.
Finalmente,
un día la casualidad, el encuentro. Alguien cubrió mis ojos y escuche: ¿sabes quién
soy? La sorpresa fue grande para ella, me acompañaba mi esposa. Pero insisto
nuestra historia termino con esa maligna carta, y no puedo evitar recordarla al
escuchar “Drive”. Supongo que así se ligan los amores con las canciones.
Fin.