“En
todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita
de la ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del
destino, ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir
o conjurar, de apresurar o detener. Amar significa abrirle la puerta a ese
destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se
funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden
separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar libertad
al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor.
Como lo expresa Erich Fromm: “En el amor individual no se encuentra
satisfacción […] sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina”; y luego
agrega inmediatamente, con tristeza, que en “una cultura en la que esas
cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente
un raro logro”.
Zygmunt
Bauman. Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de
Cultura Económica. Pag.15. Primera edición electrónica, 2012
Insiste,
hace daño
en
el alma.
Viene
tal vez de un tiempo
remoto,
de una época imposible
perdida
para siempre.
Sobrepasa
los límites
de
la música. Tiene materia,
aroma,
es como polvo de algo
indefinible,
de un recuerdo
que
nunca se ha vivido,
de
una vaga esperanza irrealizable.
Se
llama simplemente:
canción.