“La sensibilidad narrativa es ante todo sensibilidad
literaria: básicamente se aprende leyendo, aunque haya otras importantes formas
de narración que la educación tampoco debe descuidar, como la cinematográfica.
Pero leer es siempre una actividad en sí misma intelectual, un esbozo de
pensamiento, algo más activamente mental que ver imágenes: después de la
palabra oral, la voz escrita es el más potente tónico para el crecimiento
intelectual que se ha inventado.
(…)
Fomentar la lectura y la escritura es una tarea de la educación humanista que resulta más fácil de elogiar que de llevar eficazmente a la práctica. En esta ocasión, como en otras, el exceso de celo puede ser contraproducente y se logra a veces hacer aborrecer la lectura convirtiéndola en obligación, en lugar de contagiarla como un placer.
(…)
También Daniel Pennac, en Como una novela, y Salvador García Jiménez, en su desenfadado El hombre que se volvió loco leyendo «El Quijote», ofrecen convenientes preservativos contra la promulgación de la lectura por decreto y su proscripción doctoral como placer furtivo, asilvestrado. Que es la única recompensa de la lectura que merece la pena, naturalmente.
¿Humanidades, en fin? Sólo hay una en el fondo y la descripción de esa asignatura total haremos mejor pidiéndosela al poeta que al pedagogo:
Vive
la vida.
Vívela en la calle
y en el silencio de tu biblioteca.
Vívela con los demás, que son las únicas
pistas que tienes para conocerte.
Vive la vida en esos barrios pobres
hechos para la droga o el desahucio
y en los grises palacios de los ricos.
Vive la vida con sus alegrías
incomprensibles, con sus decepciones
(casi siempre excesivas), con su vértigo.
Vívela en madrugadas infelices
o en mañanas gloriosas, a caballo
por ciudades en ruinas o por selvas
contaminadas o por paraísos,
sin mirar hacia atrás.
Vive la vida.
(Luis ALBERTO DE CUENCA,
«Por fuertes y fronteras»)
En: Fernando Savater, “El Valor de Educar”, Editorial Ariel,
Barcelona, 1997
(…)
Fomentar la lectura y la escritura es una tarea de la educación humanista que resulta más fácil de elogiar que de llevar eficazmente a la práctica. En esta ocasión, como en otras, el exceso de celo puede ser contraproducente y se logra a veces hacer aborrecer la lectura convirtiéndola en obligación, en lugar de contagiarla como un placer.
(…)
También Daniel Pennac, en Como una novela, y Salvador García Jiménez, en su desenfadado El hombre que se volvió loco leyendo «El Quijote», ofrecen convenientes preservativos contra la promulgación de la lectura por decreto y su proscripción doctoral como placer furtivo, asilvestrado. Que es la única recompensa de la lectura que merece la pena, naturalmente.
¿Humanidades, en fin? Sólo hay una en el fondo y la descripción de esa asignatura total haremos mejor pidiéndosela al poeta que al pedagogo:
Vívela en la calle
y en el silencio de tu biblioteca.
Vívela con los demás, que son las únicas
pistas que tienes para conocerte.
Vive la vida en esos barrios pobres
hechos para la droga o el desahucio
y en los grises palacios de los ricos.
Vive la vida con sus alegrías
incomprensibles, con sus decepciones
(casi siempre excesivas), con su vértigo.
Vívela en madrugadas infelices
o en mañanas gloriosas, a caballo
por ciudades en ruinas o por selvas
contaminadas o por paraísos,
sin mirar hacia atrás.
Vive la vida.
(Luis ALBERTO DE CUENCA,
«Por fuertes y fronteras»)
Hoy es un día especial.
Llegaste al mundo, y comencé a existir.
Sin embargo,
mi existencia comienza en dos fechas distintas e iguales la vez.
A la distancia el tiempo no es más que un suspiro.
Evoco mis ilusiones asidas a sus pequeñas manos,
y aun miro nuestros sueños colgados a cada estrella...
Siempre serán mis pequeñas niñas en mi viejo corazón.